Hola y adiós en la Higuera
Ruzha Velcheva
Rosa extendió la mano y abrió la ducha. Los dedos suaves del agua corrieron por su cuerpo y ella dio un suspiro de alivio. Había una necesidad de purificación. Quería que el agua limpiara su presencia. Eliminar las caricias y los labios que tocaron su cuerpo aún vivo, un cuerpo que pronto sería solo polvo y recuerdos …
Su relación con los años se iba agotando del contenido y ella aceptaba sus caricias solo para sentirse aun viva.
¿Viva? Cuánto tiempo ella no sabía, pero el veredicto encajado en una hoja llena de términos médicos y eufemismos fue más que categórico. Rosa lo aceptó como algo dado, karma que no la podía pasar, y ella la escondió en lo más profundo de su alma.
Ella no se sentía condenada, sino más bien traicionada por este cuerpo tan vivo y amoroso que fue alguna vez.
¿Y el alma? ¡Su alma era brillante, aún viva y en busca!
El alma buscaba apoyo en los amigos, en los libros y los ideales que ella había reunido durante todos estos años.
No compartió la sentencia de los médicos con nadie, ni siquiera con sus hijos. No quería entristecerlos de antemano. Tendrían tiempo suficiente después para llorarla.
Ella misma era médica y sabía que la sentencia era definitiva y sin derecho a apelación.
Primero buscó ayuda y consejo de Dios.
Iba en la pequeña iglesia del barrio y dirigía sus plegarias hacia arriba, hacia la cúpula ahumada por los años, pero Dios estaba callado. No daba señal de que hubiera escuchado su pregunta y lo qué debe hacer ahora. Había tanto dolor sobre la tierra, que Él debía estar ocupado ayudando a los más necesitados.
A veces se sentaba en el banco frente a la iglesia y hablaba con el padre Slavcho sobre la vida y la muerte. Y después de la muerte… Sólo con él se atrevió a compartir el veredicto de los médicos. Insinuó de lo que estaba pasando en sus confusos pensamientos.
Hija, dijo el sacerdote en voz baja, el hombre es el templo de Dios, y el Espíritu de Dios vive en él. Si alguien destruye el templo de Dios, Dios mismo lo destruirá porque el templo de Dios es sagrado, y este templo son ustedes. El hombre, para tomar esta autoridad divina sobre la vida humana en sus propias manos equivale a la blasfemia. Humildad, hija. Dios es misericordioso.
Pero ella no tenía tiempo. El reloj implacable marcaba su camino… Y dejó que Dios se ocupe de los demás. Ella tenía que ocuparse sola de sí misma.
Rosa cerró el grifo de la ducha, se tapó bien con la suave toalla y encendió un cigarrillo. Respiró profundamente el humo y sonrió. Si este sería el fin, al menos que sea bien. Se sirvió café de la jarra y se estiró en el sofá del living. Seguía la parte más divertida. Desplegó el libro que había dejado sobre la multitud de coloridas y alegres almohadas y lentamente se sumergió en las cartas… Las cartas de su amado Ernest Hemingway. Lo amaba como escritor, lo consideraba su maestro, pero lo que la tenía ocupada ahora era por qué tendió la mano hacia el rifle en Ketchum en el año 1961.
Especialmente la impresionó una carta al Ezra Pound, escrita en La Finca Vigía, el 19 de julio de 1956, cinco años atrás:
Querido E,
Mañana es mi cumpleaños 57º y espero que aceptes mi medalla para el Premio Nobel que sigue por otros canales. Te lo envío de acuerdo con el viejo principio chino, lo conoces bien, según el cual nadie posee nada, hasta que se lo haya dado a otro.
Te lo estoy enviando también, porque eres nuestro mejor poeta vivo: una pequeña condecoración, pero tuya…
Si ganas el premio sueco, que mereces, conserva mi medalla y deshágase de la suya como lo consideres conveniente.
Siempre tuyo
Hem.
Rosa entendía que este gesto y estas palabras solo podían ser pronunciadas por un verdadero hombre libre. Libre para elegir cómo vivir, por qué luchar, a quién amar y cómo irse de este mundo. Ella sentía más bien con su alma, que con la razón de que su suicidio no era un acto de debilidad, sino una manifestación de libertad en la elección. Y eso la trajo de vuelta a su derecho de elección.
Hace algunos días, el médico de la oncología la buscó nuevamente. Las ordinarias palabras por los beneficios de las quimioterapias y las radiaciones. No, no le daba ningunas garantías, pero al menos así podía comprarse un poco de retraso. No hablaba del precio, pero ella sabía que era insoportable. Casualmente en Internet leyó el cuento de un joven y talentoso chico de 23 años, Nicola Rachev. En un popular sitio electrónico había ganado el premio de cuento de hadas para la semana. Nicola había escrito no con la mano, sino con el corazón sangrante por la cruel odisea de las quimioterapias:
“Resultó que la terapia no funcionó y el tumor había crecido en comparación con el de principio, pero la cambiarían con otra cual debería funcionar. Calma, dicen, todo va a estar bien”.
Aquí todavía estábamos en el principio: habitación individual, tranquilidad, mimos, atención, elegancia, lujo, “perro flaco soñando con longaniza” … Pero poco a poco las cosas en general comenzaron a irse a la mierda. Han surgido efectos secundarios de la quimioterapia. El sabor en tu boca va cambiando de “mañana fresca” a “tumba excavada”. Las náuseas no son un problema, especialmente para un bohemio experimentado. Pero lo más feo son los olores: te vuelves más sensible que un sabueso.
A cinco metros de distancia sentís un hedor intolerable de la piel, del cabello y la ropa de la gente. El aliento de todos los que te hablan al menos de 7 metros de distancia huele a algo muerto y olvidado una semana al sol. El chicle convierte el aliento humano en una aromática trenza de carroña con menta. Solamente la heladera huele peor que el inodoro. Honestamente, abres la puerta y 40 diferentes variantes de sobras residuales te patean en la nariz.
Estos placeres, combinados en un agradable cóctel veraniego de náuseas permanentes, sabor a moho en la boca, inyecciones de quimioterapia en la columna vertebral y la exploración de la médula ósea hacen del cáncer una de las 100 cosas que debes experimentar antes de cumplir los 30. Así empezás a apreciar las pequeñas cosas, por ejemplo, es genial poder de nuevo volver a respirar. Respirar también ayuda a tu vida sexual. ¡Oh!
Mencioné los olores. Mes de julio, afuera – 40 grados, en la habitación del hospital – mínimo 55. El aire no se mueve porque somos tres y la única ventana es angosta como el trasero del oso hormiguero. Estoy a punto de estar atado al sistema de quimioterapia en las próximas 80 horas. En la cama contigua se encuentra el abuelo Kiro de Samokov que tiene un catéter y su orina se recoge en una bolsa de plástico…
Qué ironía del destino. El cuento fue titulado, “Todo estará bien”, y Rosa lo leyó un año después de que este hermoso y talentoso chico ya se hubiera ido a un mundo mejor y más humano quizás… Su íntima confesión la ayudó a hacer su elección.
Sonó el teléfono y Rosa cerró el libro con descontento. Era su amiga Darina, una reconocida psicoterapeuta en su pequeña ciudad. Con ella la unía una amistad desde la infancia, así como el interés general hacia la moderna hipnosis de regresión. Rosa había visto varios programas de televisión sobre el tema, y la idea de su propia elección se le ocurrió frente al televisor. De hecho, la idea maduró en ella, primero tímida y sin forma, pero gradualmente le dio orientación para su búsqueda en Internet.
Hicieron los arreglos con Darina para el día siguiente y Rosa comenzó a prepararse. Ella había considerado todo. Hasta el más mínimo detalle.
Encendió la computadora y buscó la película que había visto cientos de veces y siempre encontraba algo nuevo. La espléndida actuación de Benicio Del Toro la ayudó a sumergirse en la atmósfera hace tantos años. La personalidad del Che era más que un destino para ella. Había leído miles de páginas al respecto, había visto miles de fotografías de su vida, y la película unía todo esto en un viaje increíble tras los pasos de su sueño no cumplido por las lejanas tierras de América Latina. Che era un hombre libre que había hecho realidad su sueño por un mundo más justo. Había alcanzado la cima del reconocimiento popular en vida. Podía vivir hasta la vejez como Fidel y Raúl. Pero eso no encajaba en absoluto con su carácter. A su credo.
Aquí Rosa recordó las palabras de su tocayo Ernest Hemingway en su carta a Ezra Pound. “Nadie tiene nada hasta que se lo haya dado a otro” … Ernesto Che Guevara no se hubiera sentido libre si no hubiese dado la libertad a otros…
Por primera vez, Rosa descubrió que las dos personas que marcaron su vida llevaban los mismos nombres… Este es un signo del destino. Y ella sonrió, feliz de que había encontrado algo más a cerca de ellos.
A mediados de la década de los 80, un grupo de guerrilleros del Frente Sandinista de Nicaragua llegó a su pueblo como recompensa para trabajar y estudiar en Bulgaria… Muchos de ellos habían dejado la escuela para proteger su tierra natal de los “contras” patrocinados generosamente por los EE. UU. Algunos de ellos casi niños. Antes de abrazar a una chica, estuvieron abrazando en la jungla el fusil Kalashnikov.
En este tiempo hubo boom de los primeros pacientes con SIDA y fueron asignados a los grupos de riesgo. Todos los meses acudían a ella en el laboratorio para análisis clínicos de sangre. Entre ellos no había infectados, pero así eran las reglas en ese entonces. Así los conoció, de misma forma encontró y la persona que marcó su vida con el amor más hermoso e imposible. A menudo venían a verla a su casa, ella les cocinaba frijoles, banitsa y pan fresco, y ellos le contaban sobre Nicaragua, la tierra de los volcanes, de Sandino, de Che Guevara y la poesía de Rubén Darío… Entonces, cuando escuchó en un programa de radio “Noshten horizont” que estaban reclutando voluntarios para ayudar en la campaña de cosecha de café en Nicaragua, se anotó sin siquiera pensarlo. Como médica la aceptaron sin problemas. Durante estos dos meses, ella se encontró en un mundo completamente diferente, de lucha por la justicia, ideales y peligros. Durante el día cosechaban el café en las plantaciones alrededor del pueblo La Laguna, y después del trabajo ella recorría las aldeas circundantes para inmunizar a los niños… Y estos dos meses dejaron un rastro indeleble en su alma.
El viento de los cambios llevó a los nicaragüenses lejos, muy lejos de Bulgaria en su tierra natal, y ella enterró su amor, y su corazón nunca más sintió algo por ningún hombre. Solo quedó el cuerpo, que pronto será polvo y nada más…
Ella puso en marcha esa parte de la película en la cual se muestran las últimas horas de la vida del Che. Se fijó en todos los detalles. Luego apagó la computadora.
Al día siguiente, se levantó temprano. Como siempre. Se preparó un café bien fuerte. Encendió un cigarrillo y durante un largo tiempo paso leyendo las últimas noticias en Internet.
Luego se tomó un bañó y se vistió con su favorito vestido rojo.
Llamó para hablar con los hijos. Sabía que la iban a extrañar mucho, pero era mejor así – recordarla sonriente y fuerte.
También llamo y al hombre que marcó su vida con la amistad más bella de la cual uno puede soñar. A lo largo de los años ella se le había prohibido a si misma llamarlo amor.
Después de despedirse en secreto con su gente más querida, Rosa miró por última vez su modesta casa que había conservado tantas esperanzas, amor y angustia, cerró la puerta y puso la llave en el buzón.
Cortó una rosa roja del jardín. En el camino para su encuentro con Darina, pasó por la tienda de cigarrillos y se compró un aromático habano. Estaba lista.
Darina la estaba esperando con impaciencia. Era comprensible. Por primera vez estaría probando un viaje en el tiempo a través de la hipnosis regresiva. Ella estaba agradecida a Rosa por darle la idea. Ambas estaban investigando en Internet y leyeron muchas páginas, explorando todos los foros sobre el tema…
“¡Eres muy guapa hoy!”, dijo Darina.
“Como regreso casi 50 años atrás me siento como una jovencita”. Rosa sonrió, reclinándose lentamente sobre las almohadas detrás de ella.
El viaje comenzó. Rosa sintió como el torbellino la lleva a través del tiempo y el espacio. La voz de Darina se quedaba más y más lejos…
En la oscuridad de la vieja escuela rural de La Higuera, solo se escuchaba la acelerada respiración del Che. Rosa se arrodilló a su lado y acarició suavemente su mano. De él, de la imagen que llevaba años en su corazón solo quedaron los ojos… Estos ojos ardientes que traspasan tu alma y no puedes olvidarlos. Sacó el habano que había escondido de Darina en su bolsillo y se lo dio. Che solo dijo: “¿Quién eres tú?”, buscó febrilmente fósforos y encendiendo el habano, preguntó de nuevo: “¿Quién eres tú?”…
¡Hombre libre como tú, Comandante!…
¡Corre, ellos pronto vendrán por mí!…
¡No tengo nada que temer!… ¡Estoy feliz de haberte conocido! Esta es mi elección. ¡La elección de una persona libre!…
En el crepúsculo luego llegó el silencio.
Rosa se refugió junto al Che, aspirando el picante aroma del habano y luego lentamente extendió su mano y separó el hilo de plata que conectaba su cuerpo astral con el físico.
Cuando el sargento del ejército boliviano Mario Terán, que había entrado en la historia como el verdugo de Ernesto Che Guevara, junto con varios soldados sacaban el cadáver del Che de la escuela, vio una rosa roja ardiendo en el piso. “Debió haberse quedado de la maestra Julia Cortez, que estaba aquí hoy, con él…”, pensó y con asco la pisó con su pesada bota de soldado.
Fue al anochecer del 9 de octubre del 1967 en el pueblo boliviano de La Higuera.
Darina ha estado tratando de despertar a Rosa por un largo tiempo. Ella había dormido para siempre, quedándose allí, cerca de su sueño. Una leve sonrisa brillaba en su rostro, como para decirle al mundo que la rodeaba: “Estoy feliz porque soy una persona libre…”
En el alboroto, Darina no se dio cuenta de que faltaba la rosa roja…
Ruzha Velcheva – una ingeniera con alma dedicada a la poesía
Ruzha Velcheva nace en el 22 de agosto de 1946 en Pavlikeni (Bulgaria). Desde 1956 reside en Veliko Tarnovo. Ingeniera de profesión, escribe poesía y ha publicado en varias revistas. Desde el año 2000 ha publicado varios libros, entre los que se encuentra una edición en búlgaro y español, traducido por ella misma, titulado “El vuelo del cóndor”. Ruzha Velcheva ha publicado 11 libros, entre ellos 8 con poesía, 2 con prosa y un libro para niños.
Version en español: Axinia Ivanova